Para el imaginario local, Ledesma, es sinónimo de azúcar, progreso y de un exótico lugar, las Yungas jujeñas, en cuyas entrañas habitan seres alucinantes. Pocos saben, en realidad, que cada año, en la época de la cosecha de la caña dulce, centenares de personas de todos los rincones de Jujuy migran hacia allí, para luego retornar a su terruño hasta el siguiente año. Un éxodo de zafreros de Puna, Quebrada y Valle convocados ritualmente por esa su casi única fuente de trabajo. Incluso vecinos extranjeros avienen en masas a conformar tan extraña mixtura de zafra, desolación y coraje.

Extraña mixtura, por cierto, puede resultar también esta muestra fotográfica, donde la belleza aflora intrincada en medio de los avatares de la cruda sobrevivencia. Precisamente, una de las paradojas del arte es la expresión simultánea de lo bello y lo sublime, resultando en una desconcertante experiencia estética. Pero no fue lo narrativo lo que movilizó al fotógrafo, sino expresar su subjetividad más íntima ante un hecho que lo desbordaba. 

Sucede que la fotografía actualiza constantemente la discusión entre la estética clásica y el arte contemporáneo que la volvió obsoleta. Sin duda, el arte se mueve en otras direcciones, y allí es donde la tecnología juega su rol nada modesto. El medio técnico se volvió funcional a la mirada del artista que produce la poiesis, y en este caso, intentar acercar el arte a la vida movió cada disparo de la cámara. 

Quizá al ojo creador le sean ajenas estas disquisiciones. Capturado por mil imágenes, desespera de no poder trascenderlas para crear una nueva mirada acerca del mundo. “Zafreros” es una fotografía que sin recurrir a una poética truculenta, se adentra a un viaje interior, a una manifestación: el takin tusun, el encuentro en la multiplicidad y diversidad. Y este pedacito de extraño mundo, interpelando a nuestro imaginario, nos revela el mundo sin tiempo ni espacio. Empieza en estas imágenes y continúa muy dentro nuestro. 

El “aura” de la obra de arte no sólo está intacta, sino que nos saca de la comodidad del espectador y nos adentra en un continente: el nuestro; no hay fronteras en la imagen estética. No se trata de reproducir un sector de la sociedad, o registrar exóticas geografías humanas, sino expresar que el “todo” no es la suma de sus partes, y que en ese todo, todos nos encontramos. El autor salió a indagar más allá del registro fotográfico, y se encontró con aquello que Rodolfo Kusch denominó “estética del espanto”, esa que nos encuentra con nosotros mismos y con el Otro. Así, esos rostros que nos escrutan desde la “foto”, tal vez constituyan una estética nada estéril y de resultados impredecibles.

Eduardo Ruiz